Chet Baker - Like Someone In Love

domingo, 29 de abril de 2018

50 años de los Novísimos de Castellet/ 7 - Historia maravillosa a las 3 de la madrugada - José María Álvarez - España


¡Ay, muerte! ¡ Muerta seas, muerta e mal andante!
Juan Ruiz, Arcipreste de Hita

Un rasgo desagradable de este estado de cosas, en otros sentidos tan satisfactorio, era la necesidad de secreto.
Ambrose Bierce

¿Florece Jonia? ¿Es ya tiempo?
Friedrich Hölderlin
Sólo quedamos vivos
sobre la ciudad kaputt
Johann S. Bach y yo
Y los dos muy borrachos

viernes, 27 de abril de 2018

50 años de los Novísimos de Castellet/ 6 - Soldadesca - Félix de Azúa - España


Lenín piensa en Finlandia           
           
Las fauces del tigre están llenas de sangre
el hombre libre merca sus lágrimas de plata sus gestos
suena un pistoletazo en el barrio judío
una conciencia más que explota dice el Führer
           
No tengo carros ni munición ¡aguantad como podáis!
el coronel telegrafista mueve la manivela
pensando en su mujer (una georgiana sentimental)
y el carrusel aquel de Beograd ambos sin pasaporte
           
Como si hubieran sido higos podridos
la lengua de la hiena está irritada
¿cómo dices que llaman en tu tierra a las mujeres de la vida?
¿y a las que nunca te dejan hacer nada?
           
Duerme la tarde y oscurece las suaves torres
ciruelas malvas como atacadas por un hielo salvaje
la brigada hace guardia en San Juan de Acre son
como avispas doradas a la luz de un quinqué
           
Todo esto sucede en Moscú en enero de 1919
cuando por el más largo corredor del Palacio de Invierno
el caballo de Kornilov galopa enfurecido.

miércoles, 25 de abril de 2018

50 años de los Novísimos de Castellet/ 5 - Deseo de ser piel roja - Leopoldo María Panero - España


(Sitting Bull ha muerto, los tambores 
lo gritan sin esperar respuesta. )
La llanura infinita y el cielo su reflejo.
Deseo de ser piel roja.
A las ciudades sin aire llega a veces sin ruido
el relincho de un onagro o el trotar de un bisonte.
Deseo de ser piel roja.
Sitting Bull ha muerto: no hay tambores
que anuncien su llegada a las Grandes Praderas.
Deseo de ser piel roja.
El caballo de hierro cruza ahora sin miedo
desiertos abrasados de silencio. Deseo
de ser piel roja.
Sitting Bull ha muerto y no hay tambores
para hacerlo volver desde el reino de las sombras.
Deseo de ser piel roja.
Cruzó un último jinete la infinita
llanura, dejó tras de sí vana
polvareda, que luego se deshizo en el viento.
Deseo de ser piel roja.
En la Reservación no anida
serpiente cascabel, sino abandono.

lunes, 23 de abril de 2018

Discurso de aceptación del Premio Cervantes 2017 - Sergio Ramírez - Nicaragua


Discurso íntegro de Sergio Ramírez, Premio Cervantes 2017:

Majestades:

Vengo de un pequeño país que erige su cordillera de volcanes a mitad del ardiente paisaje centroamericano, al que Neruda llamó en una de las estancias del Canto General la dulce cintura de América. Una cintura explosiva. Balcanes y volcanes puse por título a un ensayo de mis años juveniles donde trataba de explicar la naturaleza cultural de esa región marcada a hierro ardiente en su historia por los cataclismos, las tiranías reiteradas, las rebeliones y las pendencias; pero, en lo que hace a Nicaragua, también por la poesía. Todos somos poetas de nacimiento, salvo prueba en contrario.

Poeta es una manera de saludo en las calles, de acera a acera, se trate de farmacéuticos, litigantes judiciales, médicos obstetras, oficinistas o buhoneros; y si no todos mis paisanos escriben poesía, la sienten como propia, gracias, sin duda, a la formidable sombra tutelar de Rubén Darío, quien creó nuestra identidad, no sólo en sentido literario, sino como país: Madre, que dar pudiste de tu vientre pequeño/ tantas rubias bellezas y tropical tesoro/ tanto lago de azures, tanta rosa de oro/ tanta paloma dulce, tanto tigre zahareño…, escribe al evocar la tierra natal.

En mi caso, me declaro voluntariamente un poeta, en el sentido que Caballero Bonald recordó desde esta misma cátedra al recibir el premio Cervantes del año 2012: esa emoción verbal, esas palabras que van más allá de sus propios límites expresivos y abren o entornan los pasadizos que conducen a la iluminación, a esas «profundas cavernas del sentido» a que se refería San Juan de la Cruz.

La poesía es inevitable en la sustancia de la prosa. Lo sabía Rubén quien, además de la poesía, revolucionó la crónica periodística y fue un cuentista novedoso. Y es más. Creo que alguien que no se ha pasado la vida leyendo poesía, difícilmente puede encontrar las claves de la prosa, la cual necesita de ritmos, y de una música invisible: la música callada/ la soledad sonora. Es lo que Pietro Citati llama la música de las cosas perdidas en La muerte de la mariposa, al hablar de la prosa de Francis Scott Fitzgerald: para la mayoría de la gente, las cosas se pierden sin remedio. Pero para él, dejaban una música. Y lo esencial en un escritor es encontrar esa música de las cosas perdidas, no las cosas en sí mismas.

No todos en Nicaragua escriben versos, pero Rubén abrió las puertas a generación tras generación de poetas siempre modernos, hasta hoy, con nombres como los de Carlos Martínez Rivas, y Ernesto Cardenal y Claribel Alegría, honrados ambos con el premio Reina Sofía de Poesía Hispanoamericana; o el de Gioconda Belli.

Curioso que una nación americana haya sido fundada por un poeta con las palabras, y no por un general a caballo con la espada al aire. La única vez que Rubén vistió uniforme militar, con casaca bordada de laureles dorados y bicornio con airón de plumas, fue al presentar credenciales en 1908 como efímero embajador de Nicaragua ante Su Majestad Alfonso XIII; un uniforme, además, que le fue prestado por su par de Colombia, pues no tenía uno propio.

Rubén trajo novedades liberadoras a la lengua que recibió en herencia de Cervantes, sacudiéndola del marasmo. Todo lo renovó Darío: la materia, el vocabulario, la métrica, la magia peculiar de ciertas palabras, la sensibilidad del poeta y de sus lectores. Su labor no ha cesado y no cesará; quienes alguna vez lo combatimos, comprendemos hoy que lo continuamos. Lo podemos llamar el Libertador, dice de él Borges.

La lengua que era ya la de Cervantes hizo a Centroamérica el viaje de ida cuando el 19 de agosto de 1605 llegaron a Portobelo los primeros ejemplares de El Quijote; y el viaje de vuelta con los primeros ejemplares de Azul: es cuando el 22 de octubre de 1888 Don Juan Valera escribe desde Madrid en una de sus Cartas americanas: ni es usted romántico, ni naturalista, ni neurótico, ni decadente, ni simbólico, ni parnasiano. Usted lo ha revuelto todo: lo ha puesto a cocer en el alambique de su cerebro, y ha sacado de ello una rara quintaesencia.

Tres siglos después de Cervantes, él devolvió a la península una lengua que entonces resultó extraña porque venía nutrida de desafíos y atrevimientos, una lengua que era una mezcla de voces revueltas a la lumbre del Caribe, de donde yo también vengo, porque Centroamérica es el Caribe, ese espacio de milagros verbales donde los portentos pertenecen a la realidad encandilada y no a la imaginación, a la que sólo toca copiarlos: el propio Rubén, Alejo Carpentier, merecedor del premio Cervantes, Miguel Angel Asturias y Gabriel García Márquez, ganadores ambos del premio Nobel. En el Caribe toda invención es posible, desde luego la realidad es ya una invención en sí misma.

En ese sentido, me figuro a Cervantes como un autor caribeño, capaz de descoyuntar lo real y encontrar las claves de lo maravilloso, cuando nos habla en El coloquio de los perros de la Camacha de Montilla, que congelaba las nubes cuando quería, cubriendo con ellas la faz del sol, y cuando se le antojaba, volvía sereno el más turbado cielo; traía los hombres en un instante de lejanas tierras; remediaba maravillosamente las doncellas que habían tenido algún descuido en guardar su entereza. Cubría a las viudas de modo que con honestidad fuesen deshonestas, descasaba las casadas y casaba las que ella quería...”.

Rubén reconoció en sí mismo las señales de su mestizaje triple, el signo de descender de beatos e hijos de encomenderos, de esclavos africanos, de soberbios indios…, y desde allí, de esa húmeda oscuridad donde se confunden los ruidos y los murmullos de la historia, se arma en relámpagos la lengua que el nuevo mundo devuelve a la España de Cervantes.

La virtud de Rubén está en revolverlo todo, poner sátiros y bacantes al lado de santos ultrajados y vírgenes piadosas, hallar gusto en los colores contrastados, ser dueño de un oído mágico para la música y otro no menos mágico para el ritmo, sonsacar vocablos sonoros de otros idiomas, dar al oropel la apariencia del oro y a los decorados sustancia real, conceder a los aires populares majestad musical, hallar y ofrecer deleite en el acaparamiento goloso de lo exótico: un ansia de vida, un estremecimiento sensual, un relente pagano.

Pero esa lengua nunca dejó de ser la lengua cervantina, otra vez, como en el Siglo de Oro, una lengua de novedades, y es esa lengua de ida y de vuelta la que hoy se reinventa de manera constante en el siglo veintiuno mientras se multiplica y se expande. Una lengua que no conoce el sosiego. Una lengua sin quietud porque está viva y reclama cada vez más espacios y no entiende de muros ni fronteras.

Rubén cuenta en su autobiografía que en un viejo armario de la casa solariega donde pasó su infancia de huérfano en León de Nicaragua, encontró los primeros libros que habría de leer en su vida. Tenía diez años de edad. Eran un Quijote, dice, las obras de Moratín, Las mil y una noches, la Biblia; los Oficios, de Cicerón; la Corina, de Madame Staël; un tomo de comedias clásicas españolas, y una novela terrorífica de ya no recuerdo qué autor, la Caverna de Strozzi. Y termina comentando: extraña y ardua mezcla de cosas para la cabeza de un niño. La edición en dos pequeños tomos en letra apretada de la Vida y hechos del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, que tuvo entonces en sus manos, era del año 1841, y había salido de la Imprenta de J. Mayol y Compañía, en Barcelona.

Era aquel mismo niño a quien su tío abuelo, y padre de crianza, el coronel Félix Ramírez Madregil, igual que José Arcadio Buendía hace con su hijo Aureliano, lo llevó a conocer el hielo: por él aprendí pocos años más tarde a andar a caballo, conocí el hielo, los cuentos pintados para niños, las manzanas de California y el champaña de Francia, recuerda en esa misma autobiografía.

Cuando ya dueño del tesoro del viejo armario escoge el Quijote, la primera de tantas lecturas que haría de él en su vida, lo que empieza es un viaje, porque toda lectura es un viaje. Pero este será un viaje en que se narra otro viaje.

Al revés de Ulises, que quiere llegar sin contratiempos a su hogar en Ítaca, don Quijote sale de su hogar en algún lugar de La Mancha en busca de contratiempos. Quiere ser interrumpido, y no se sorprende de las interrupciones; a eso ha salido, a toparse con ellas: endriagos, bribones poderosos, malvados encantadores, tentaciones de la carne que como buen caballero debe rechazar, sometido como se halla al voto de casta fidelidad a su dama.

El mundo rural que don Quijote va a recorrer tendría muy poco de atractivo para alguien que emprende un viaje con sentido común, bajo las necesidades impuestas por la vida cotidiana. Es su imaginación encandilada la que creará los obstáculos, peligros y desafíos. Claro que los obstáculos que Ulises encuentra mientras navega hacia Ítaca, también son fruto de la imaginación, la imaginación de Homero: sirenas cuyo canto causa la perdición de los navegantes, hechiceras que convierten en cerdos a los hombres, vientos encerrados en un odre que provocan naufragios al ser desatados.

Pero los gigantes, magos, damas cautivas, cuevas y castillos encantados que don Quijote va hallando en la ruta, nacen de su propia imaginación. Es un mundo creado por él mismo, como personaje, superpuesto al mundo real. Es su propio personaje, en tanto Ulises es personaje de Homero. Ulises es un mentiroso consumado, que inventa para enredar a los demás. Don Quijote inventa para sí mismo, es criatura de su propia ficción.

Apenas recobra el seso, todo aquel tinglado construido en su mente se deshace, los cortinajes y decorados desaparecen, y lo que permanece a la vista es la simple realidad racional. Entonces, sólo le queda morir.

Ambos mundos, el real y el imaginado, se corresponden y se oponen en las páginas del Quijote. Los castillos de tiempos idos son las ventas del camino, y los venteros no son encantadores, sino prosaicos hospederos que si pueden esquilman a los viajeros. Pero un mundo no podría existir sin el otro, porque es su contrario y al mismo tiempo su contrapeso y complemento.

Desde aquel primer viaje Rubén ya nunca abandonaría a Cervantes, que se convierte en un modelo suyo, literario y vital, según su soneto: Horas de pesadumbre y de tristeza/ paso en mi soledad./ Pero Cervantes/ es buen amigo. Endulza mis instantes/ ásperos, y reposa mi cabeza…

Él es la vida y la naturaleza,/ regala un yelmo de oros y diamantes/ a mis sueños errantes/. Es para mí: suspira, ríe y reza., dice en la siguiente estrofa. La vida tal como es. El tiempo ya muerto de los caballeros andantes, que tampoco es un tiempo histórico pues se trata de personajes de ficción, entra en el tiempo real contemporáneo, y entre ambos se produce un choque que, en lugar de destruirlos, los hace vivir.

Y no se destruyen porque Cervantes narra con naturaleza esas historias asombrosas y disparatadas, lejos de afectaciones e impostaciones que generalmente esconden ignorancia. Un escritor natural es aquel que sabe de qué está hablando. Habla al oído del lector, no se desgañita. Conversa con suaves ademanes; enamora con la palabra y con los gestos: parla como un arroyo cristalino.

Frente a la locura que pasma, Cervantes no se inquieta; se ríe de manera sosegada, sin dejarse ver por el lector, y al tomar distancia de ese mundo estrafalario con la risa, que está lejos de ser una risa malvada, o jayana, nos enseña a ser compasivos, y nos acostumbra a contemplar con naturalidad la maravilla: es para mí: suspira, ríe y reza.

Los mundos muertos, construidos de cartón piedra, los decorados que huelen a pintura o a vejez, tarde o temprano serán comidos por la polilla, porque lo falso no sobrevive. En cambio, el mundo insuflado de naturaleza por virtud de las palabras, se parece a la vida, o es como la vida. Naturaleza y vida se vuelven así inseparables.

Y naturaleza y vida tienen que ver, sin duda, con el humor y la melancolía, que también son almas gemelas, como lo explica Ítalo Calvino en Seis propuestas para el próximo milenio: así como la melancolía es la tristeza que se aligera, así el humor es lo cómico que ha perdido la pesadez corpórea….

Estas dos cualidades de la literatura y de la vida se auxilian también en equilibrio porque tienen la sustancia de la ligereza. El humor en Cervantes pierde la pesadez corpórea de lo cómico. Vive de la ligereza, y en la ligereza, contraria a la pesadez que no deja circular el aire entre las líneas del texto.

Tal como Sergio Pitol, premio Cervantes del año 2005, muerto este mismo mes en México, y a quien rindo homenaje, cervantino hasta la médula porque nunca se atuvo a la pesadez, y supo trocarla por el humor, la ironía y la parodia; un raro de los de Rubén, que supo hacer de la escritura una fiesta.

En Vida de don Quijote y Sancho, Unamuno nos recuerda que don Quijote nos hace reír porque su seriedad a la vez nos divierte, y nos conmueve. No cree en el ridículo, porque para él el ridículo no existe: caballero que hizo reír a todo el mundo, pero que nunca soltó un chiste….

Y Rubén, al invocarlo en Letanía de Nuestro Señor don Quijote: Rey de los hidalgos, señor de los tristes/ que de fuerza alientas y de ensueños vistes/ coronado de áureo yelmo de ilusión…, también invoca la naturaleza natural de las cosas: escucha los versos de estas letanías/ hechas con las cosas de todos los días/ y con otras que en lo misterioso vi….

En algún momento de la vida, uno se encuentra con Cervantes. Fue mi madre, Luisa Mercado, quien en sus clases de literatura en el colegio de secundaria, porque tuve la infinita suerte de ser su discípulo, me enseñó a leer el Quijote, y el Libro del buen amor del Arcipreste, los versos del Marqués de Santillana, las Coplas de Jorge Manrique por la muerte de su padre, a Lope y Quevedo; y no pocos de esos poemas los aprendí de memoria para siempre.

Guardaba ella un ejemplar en cuarto mayor del Quijote que había pertenecido a mi abuelo Teófilo Mercado, converso a la austera religión bautista que llegaron a predicar en 1910 unos misioneros de Alabama, y desde antes liberal positivista, creyente con fe ciega en el progreso y en la educación, una especie de discípulo de Augusto Comte extraviado en Masatepe, el pequeño pueblo cafetalero de la meseta del Pacífico de Nicaragua donde nací.

Era agricultor, agrimensor, constructor de pozos artesianos y ebanista. La mesa donde escribo salió de sus manos. Y entre sus libros de medicina, agronomía, y geodesia, y manuales de geometría plana y álgebra elemental, estaba El Quijote. Si para él toda lectura debía ser didáctica, y despreciaba a los poetas que se dejaban largo el pelo y a los novelistas que se perdían en el relato de desgracias amorosas y aventuras inventadas, ¿qué hacía, entonces, El Quijote en compañía tan extraña en su librero, sino desmentir su lejanía de la imaginación? ¿Y no lo desmiente también su nieto novelista?

Cervantino y dariano, ato mi escritura con un nudo que nadie puede cortar ni desatar. Un nudo de palabras en mi oído desde la infancia, amamantado en una lengua híbrida que traía los viejos sones del siglo de oro represados en la arcaica arcadia verbal campesina, y entreveradas a esas palabras, que brillaban como gemas antiguas entre el polvo de los siglos, las de la lejana lengua náhuatl –Masatepe, mazatl-tepetl, tierra de venados- y desde muchos antes las de la lengua mangue, que mientras el paisaje de mi niñez se despeña hacia el cráter de la laguna de Masaya, al pie del volcán Santiago, donde bulle a ojos vista la lava rojo, malva y amarillo, como en la boca del infierno, los residuos de esa lengua ya casi olvidada van marcando los territorios comarcanos, Ñamborime, cerca del agua, Jalata, agua arenosa, Nimboja, camino hacia el agua.

La lengua se hace primero en el oído. El mundo de un niño es un mundo de voces que alguna vez se vuelven escritura. Las de las consejas y las leyendas, las de los pregones de los mercados, la de los romances anónimos bordoneados en las guitarras. Las de la tertulia vespertina a la que comparecía mi abuelo paterno Lisandro Ramírez, violinista y compositor de valses, fox-trots y mazurcas, y maestro de capilla de la iglesia parroquial, junto a mis tíos músicos, pobres como él, y bohemios, quienes formaban entre todos la orquesta Ramírez. Reunidos en la tienda de abarrotes de mi padre, Pedro Ramírez, el único que se había resistido a tocar un instrumento porque lo cargaron con el pesado contrabajo, se entretenían en un solo jolgorio de conversación antes de subir las gradas de la iglesia parroquial para tocar el rosario de las seis de la tarde, una fiesta verbal cervantina aquella plática en la que nunca contaban chistes groseros, despreciaban el ridículo, convertían sus penas en alegrías, y se burlaban con gracia de sus propias desgracias, ganándose así, al reírse de ellos mismos, la soberanía de reírse de los demás.

Narrar es un don que no brota sino de la necesidad de contar, esa necesidad apremiante sin la cual, quien se entrega a este oficio incomparable, no puede vivir en paz consigo mismo. Desde el fondo de esa necesidad un novelista debe iluminar en su prosa todo aquello que yace en las profundas cavernas del sentido, acercar la antorcha a los rostros de los personajes ocultos en la oscuridad, revelar los entresijos cambiantes de la condición humana.

Es una epifanía de cada día, que no se da sin el uso de los procedimientos debidos, que empiezan por sentarse a escribir entre cuatro paredes como un prisionero que disfruta y padece de la necesidad de contar. Hay que saber atrapar la gracia. La escritura es un milagro provocado. Y no pocas veces un milagro una y otra vez corregido. Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo…y no hay sino la palabra que huye, dice Rubén.

La página en blanco está llena de rastros, de sombras de palabras fugitivas. Siento que soy, así, la síntesis de mis dos abuelos, el músico y el ebanista, el que pulsa el arco y el que empuña la gubia, a medias el compositor que llenaba con sus signos melódicos la hoja de papel pautado, y a medias el artesano que nunca estuvo conforme con un mueble de gavetas desencajadas, que no asentara bien sobre el suelo, o cuyas junturas dejaran luces.

Escribo entre cuatro paredes, pero con las ventanas abiertas, porque como novelista no puedo ignorar la anormalidad constante de las ocurrencias de la realidad en que vivo, tan desconcertantes y tornadizas, y no pocas veces tan trágicas pero siempre seductoras. Mi América, nuestra América, como solía decir Martí. La Homérica Latina, como la bautizó Marta Traba.

A ese paisaje iluminado y a la vez lleno de sombras, desolado y a la vez lleno de voces recurro, dominado por la curiosidad y el asombro, en busca de sus rincones ocultos y de los humildes personajes que lo pueblan, cada uno cargando a cuestas sus pequeñas historias, y me seduce verlos caminar, sin ser advertidos, o sin advertirlo, hacia las fauces que los engullen, víctimas tantas veces del poder arbitrario que trastoca sus vidas, el poder demagógico que divide, separa, enfrenta, atropella. Ese poder que no lleva en su naturaleza ni la compasión ni la justicia y se impone por tanto con desmesura, cinismo y crueldad.

A través de los siglos la historia se ha escrito siempre en contra de alguien o a favor de alguien. La novela, en cambio, no toma partido, o si lo hace, arruina su cometido. El vasto campo de La Mancha es el reino de la libertad creadora. Un escritor fiel a un credo oficial, a un sistema, a un pensamiento único, no puede participar de esa aventura diversa, contradictoria, cambiante, que es la novela. Una novela es una conspiración permanente contra las verdades absolutas.

La realidad, que tanto nos abruma. Caudillos enlutados antes, caudillos como magos de feria hoy, disfrazados de libertadores, que ofrecen remedio para todos los males. Y los caudillos del narcotráfico vestidos como reyes de baraja. Y el exilio permanente de miles de centroamericanos hacia la frontera de Estados Unidos impuesto por la marginación y la miseria, y el tren de la muerte que atraviesa México con su eterno silbido de Bestia herida, y la violencia como la más funesta de nuestra deidades, adorada en los altares de la Santa Muerte. Las fosas clandestinas que se siguen abriendo, los basureros convertidos en cementerios.

Cerrar los ojos, apagar la luz, bajar la cortina, es traicionar el oficio. Todo irá a desembocar tarde o temprano en el relato, todo entrará sin remedio en las aguas de la novela. Y lo que calla o mal escribe la historia, lo dirá la imaginación, dueña y señora de la libertad, por la que se puede y debe aventurar la vida, pues no hay nada que pueda y deba ser más libre que la escritura, en mengua de sí misma cuando paga tributos al poder el que, cuando no es democrático, sólo quiere fidelidades incondicionales. Somos más bien testigos de cargo. Nuestro oficio es levantar piedras, decía Saramago; si debajo lo que hallamos son monstruos, no es nuestra culpa.

En mis años juveniles tuve otras cosas en qué ocuparme, dejé la pluma y las comedias…, como expresa nuestro padre Cervantes. Y si un día me aparté de la literatura para entrar en la vorágine de una revolución que derrocó a una dictadura, es porque seguía siendo el niño que se imagina de rodillas en el suelo de la venta presenciando la función de títeres del retablo de Maese Pedro, ansioso de coger un mandoble para ayudar a don Quijote a descabezar malvados.

Pero vuelvo a citar el primer párrafo de Historia de dos ciudades de Dickens, tal como lo hice en mi libro de memorias acerca de esos años, Adiós muchachos: fue el mejor de los tiempos, fue el peor de los tiempos; fue tiempo de sabiduría, fue tiempo de locura; fue una época de fe, fue una época de incredulidad; fue una temporada de fulgor, fue una temporada de tinieblas; fue la primavera de la esperanza, fue el invierno de la desesperación.

Vivo en mi lengua, en el ancho territorio de La Mancha, según la dichosa frase de Carlos Fuentes, un territorio verbal y a la vez una mancha indeleble. La Mancha que no se deslíe ni se borra. La escritura manchada, contaminada de belleza y de verdades, de ilusión y realidad, de iniquidades y de grandeza.

Y al recordar a Fuentes, amigo y maestro, traigo delante de mí la deuda imperecedera con los escritores del boom, tan próximos a mí y que tanto me enseñaron. García Márquez, quien volvió a inventar la lengua en sus redomas de alquimista trasmutando la realidad en prodigio; Cortázar, quien en las páginas de Rayuela dio a mi generación las claves de la rebeldía sin sosiego, él, quien me hizo cronopio para siempre; el propio Fuentes, quien subió a los andamios para pintar la historia de México y la de América como un alucinante mural en movimiento; y Mario Vargas Llosa, cuyas novelas desarmé página a página, como si se tratara de un mecano, para aprender así los rigores del oficio.

Y la otra deuda imperecedera. Tulita, mi esposa, a quien debo en muchos sentidos mi oficio, y quizás sea suficiente explicarlo repitiendo lo que puse en la dedicatoria inscrita en mi novela Castigo Divino, de cuya publicación se cumplen ahora treinta años: que ella inventó las horas para escribirla; así como, mejor novelista que yo, ha inventado mi vida. Y junto con ella, lo que debo a mis hijos y nietos, presentes todos aquí, mi prole de la primavera del patriarca, de la que me siento tanto orgulloso como dichoso.

Gracias a Juan Cruz, el Juan de Juanes, que supo armarme de nuevo con las armas de la literatura cuando regresaba de otras lides con la lanza quebrada; a Antonia Kerrigan, la mejor agente literaria del mundo, y a Pilar Reyes, la mejor editora del mundo. Gracias al jurado del premio Cervantes, presidido por el director de la Real Academia de la Lengua, Darío Villanueva, por apuntar de manera tan generosa su brújula hacia mi obra.

Y gracias, Don Felipe, por esta honra que España, la de los mil cachorros sueltos de la lengua, concede a Centroamérica a través mío, y a mi país de vientre pequeño, pero tan pródigo.
Sergio Ramírez

Este es el discurso que Sergio Ramírez leyó en la Universidad de Alcalá de Henares, pero inmediatamente antes de su lectura, y desde la misma tribuna, improvisó estas palabras:

Permítanme dedicar este premio a la memoria de los nicaragüenses que en los últimos días han sido asesinados en las calles por reclamar justicia y democracia, y a los miles de jóvenes que siguen luchando sin más armas que sus ideales porque Nicaragua vuelva a ser república.

50 años de los Novísimos de Castellet/ 4 - Juego de disfraces - Vicente Molina Foix - España


Desmadejado, desaparecido mi control sobre una cabellera
         en alboroto que opta a menudo por resoluciones
         distintas a las del sistema motriz,

penetro en la desértica extensión de los telares y en el
         depósito de las almas muertas, que sostienen                                                                                         [resignadamente
         colores de lapislázuli y cartonajes con memoria particular,
         mas desechada, raídos, túmido, ominosamente numeradas,
         delicadamente  sustraídos de tono, agrietados, por ajena
         voluntad borrada.

En los pasadizos de la trastienda no únicamente duele
         el hallazgo de frondas que treparon vertiginosas escalones
         de mármol despintado o la arboleda que poseía poseía
         articulaciones mecánicas para asustar y hacer caer de su                                                                                     [caballo
         a la Joven Furtiva que eligió las incertidumbres de un                                                                                    [Caballero
         sólo recientemente armado,

pues tal vez con semejante desafección encontráramos el mascarón
         de proa que puso en pie a toda una generación y los nimbos
         algodonosos que por primera vez llevaron a muchos a pensar
         que quizá no todo consista en arribar al propio domicilio una                                                                                           [vez
         la obra terminada y revolverse entonces pesarosos entre las
         engañosamente mullidas plumas del jergón.

Vuelta la espalda a un creciente clamor de asentimiento que invade
         la platea, navego con vacilación un estrecho cuarto de luces                                                                                           [y el
         camarín de la estrella, dejado intacto en su crepúsculo de                                                                                          [noche
         resonante y con la misma argolla aún, sujetando los muslos                                                                                         [que
         trastornan y aquella máscara de labios curvados hacia abajo,
         poseedora del secreto que desencadenó guerras.

Decretada mi extinción por ocupantes de los palcos más                                                                                             [celebrados,
         dudo acerca de enfrentarme a la conjuración mortal de luces
         que convergen en el proscenio,

o practicar (sea por una sola vez!) la compuerta de hierro que                                                                                    [conduce
         al callejón de la Mala Conducta y hace evitar la                                                                                              [probablemente
         desmerecida dialéctica de la palestra.

sábado, 21 de abril de 2018

50 años de los Novísimos de Castellet/ 3 - Todo sucedió... - Ana María Moix - España


Todo sucedió con la máxima sencillez, de acuerdo con lo que
las conveniencias exigen y sin afectación alguna por su parte.
Corazón Amarillo Sangre Azul
pronunció su último mensaje:
dejad en paz a los alcohólicos y no olvidéis que los cisnes
cantan antes de morir.

jueves, 19 de abril de 2018

50 años de los Novísimos de Castellet/ 2 - Gato escaldado del agua fría huye - Guillermo Carnero - España


Neuróticos, ingenuos, amigos míos todos,
cuánto me hacéis sufrir, cómo os he amado.
Tan pocos años hace
de aquellas borracheras salpicadas
de pretensiones ontológicas,
de las colillas, las conversaciones
interminablemente literarias,
los suicidios (frustrados)
a causa del exceso de ternura,
que ahora me hacéis sentir vergüenza y odio
(hacia mí mismo)
porque he logrado ser, a costa de mi vida,
sólido y razonable antes de tiempo.
Qué hermosa estupidez
vuestro absurdo concepto de las lágrimas.
Y cuánto os amo todavía, cómo me hacéis sentir
terriblemente solo y viejo.

martes, 17 de abril de 2018

50 años de los Novísimos de Castellet/ 1 - Arde el mar - Pere Gimferrer - España


Cuando Mayo del 68 en París, algunos de los poetas españoles que forzarían un cambio de agujas en la literatura del final de la dictadura no habían publicado aún su primer libro. Estaban haciéndose a su manera y mirando a sus predecesores con recelo aniquilador. Varios de aquellos pimpollos dieron cuerpo algo después, en 1970, a la antología firmada por el crítico Josep Maria Castellet, Nueve novísimos poetas españoles (Seix Barral). [...] Fue el trabajo que determinó que algo mudaba de nuevo en la poesía. Y no sólo anunciaba un cambio modal, sino de espíritu. Los Nueve novísmos (y Castellet como zahorí) apostaban por fundar una nueva astronomía con la potencia del que busca inaugurar su sitio. En sólo unos meses la antología vendió los 5.000 ejemplares de la primera edición, una cifra insólita para el momento y, sobre todo, para la poesía de un grupo de jóvenes aún por descubrir.

Los escogidos eran ocho hombres y una mujer: Manuel Vázquez Montalbán, Antonio Martínez Sarrión, José María Álvarez, Félix de Azúa, Pedro (hoy Pere) Gimferrer, Vicente Molina Foix, Guillermo Carnero, Ana María Moix y Leopoldo María Panero. Tenían Barcelona y Madrid como sedes comerciales. Casi todo sucedía entre las dos ciudades, infestadas de franquismo. Ellos ondeaban contra la dictadura un fuerte desprecio. Aunque no todos podíamos ser considerados activistas de izquierdas. Y los cambios políticos y culturales no empezaron en este país en 1968 ni en 1970. En ese mismo año, por ejemplo, ocurre el Proceso de Burgos. Y en 1974 el asesinato de Puig Antich, apunta Gimferrer. Eran días de soflamas en medio mundo. De apetito por lo nuevo. En España existía la censura, dominaba el ambiente un nacionalcatolicismo paralizante, la mojigatería sexual y una moral cuartelera y casposa. Aquellos jóvenes buscaban otras tradiciones literarias fuera de este terruño, que a la vez mostraba algunos síntomas postizos de evolución en el ámbito del arte: el informalismo español se había desplegado en la Bienal de Venecia de 1958 y algunos de esos creadores protagonizaron en 1960 la exposición New Spanish Painting and Sculpture en el MoMA de Nueva York.

Aún así, la cutrez medioambiental todavía tiznaba como el monóxido. Los poetas de la Generación del 68 (término acuñado, entre otros, por el profesor Juan José Lanz) acumulaban referentes mundanos que extraían del cine europeo y norteamericano (verdadero aglutinante del grupo, según Molina Foix), de la música, del pensamiento, del arte. Lo sugerente venía para ellos de cualquier lugar que no fuese este. Rechazaban el intimismo primario y el realismo social que habían sido seña de identidad de generaciones anteriores. Su desafecto era el correlato estético de una corriente de cambio social y político. Mantenían, de algún modo, afinidad con el espíritu volatinero que impulsaron los hombres y mujeres del 27, rebanado pronto por la Guerra Civil. Los jóvenes poetas que dieron sentido a la Generación del 68 tomaron el testigo contra todo lo demás. Contra todos los demás. Éramos gente culta y muy exhibicionista, subraya Martínez Sarrión. Algunos de sus primeros libros pasaron a ser casi manifiestos fundacionales de lo por venir: Teatro de operaciones (1967), de Martínez Sarrión; Museo de cera (1978), de José María Álvarez; La muerte en Beverly Hills (1968), de Gimferrer; Dibujo de la muerte (1967), de Guillermo Carnero; Baladas del dulce Jim (1969), de Ana María Moix; Así se fundó Carnaby Street (1970), de Leopoldo María Panero.
[...]
Junto a los Novísimos había también otros poetas que buscaban senda nueva de expresión y completaban la Generación del 68: Antonio Colinas, Jaime Siles, Luis Antonio de Villena, Luis Alberto de Cuenca, Antonio Carvajal, Marcos-Ricardo Barnatán, Diego Jesús Jiménez, José-Miguel Ullán... La aparición de Arde el mar de Pere Gimferrer, en 1966, fue un acontecimiento que comenzó de algún modo el principio de desalojo. Preferían a autores como Ezra Pound, T. S. Eliot y E. E. Cummings frente a Celaya, Blas de Otero o José Hierro. Respetaban a Valente y a Gil de Biedma, pero arremetían contra el realismo social con más desinterés que esfuerzo. Rescataban a autores coetáneos.
[...]
La suya era una militancia cultural que apostaba por romper costuras en todas direcciones. Incordiaban y eso les seducía. Aunque hoy no se ponen de acuerdo en concretar si eran o no una generación, a la manera del 27. Gimferrer lo plantea así: Más que una generación fuimos un momento y un movimiento respecto a otras poesías. Estábamos menos configurados que los poetas del 27 cuando aparecen en la antología de Gerardo Diego de 1931. Luego hay quien afirmó que los Novísimos fueron la última manifestación sociológica del franquismo, que suena paradójico. Molina Foix también descarta la vitola generacional: Compartíamos intereses, nos leíamos, pero no teníamos ese espíritu. Predominaba una mezcla de lo político con lo pop, igual que un extremo esteticismo con un cierto desgarro de lo popular en algunos. Fueron los detractores que nos salieron al paso los que hicieron de los Novísimos una generación, no nosotros. Carnero carga con distinta pólvora: No éramos un grupo cohesionado. Castellet hizo una apuesta con gran riesgo, y sólo en parte acertó. La antología se limitaba a los poetas, y varios de los nueve no habían demostrado serlo entonces, ni lo han demostrado después, aunque hayan destacado en novela o ensayo. La antología era sólo una parte, prematuramente configurada, de la generación, si bien algunos habíamos publicado libros que permitían presentir un fenómeno colectivo. Pero creo que sí nos considerábamos generación.
[...]
Medio siglo después de la que se denominó (años más tarde) Generación del 68, la poesía española les debe la apertura de compuertas hacia una expresión más libre, más abierta, más dispersa. Un mejor cuarto final de siglo XX.
Antonio Lucas - El Mundo, 01/04/2018


Arde el mar

Oh ser una capitán de quince años1
viejo lobo marino las velas desplegadas
las sirenas de los puertos y el hollín y el silencio en las barcazas
las pipas humeantes de los armadores pintados al óleo
las huelgas de los cargadores las grúas paradas ante el cielo de                                                                                         [zinc
los tiroteos nocturnos en la dársena fogonazos un cuerpo en las                                                                                       [aguas
con sordo estampido
el humo en los cafetines
Dick Tracy2 y los cristales empañados la música zíngara
los relatos de pulpos serpientes y ballenas
de oro enterrado y de filibusteros
un mascarón de proa el viejo dios Neptuno
una dama en las Antillas ríe y agita el abanico de nácar bajo los
cocoteros.
De Arde el mar, 1966
Pere Gimferrer


1 Un capitán de quince años: referencia a la novela homónima de Julio Verne.
2 Dick Tracy: personaje de cómic creado por Cherter Gould en 1931.

domingo, 15 de abril de 2018

Soneto LXVI - William Shakespeare - Inglaterra


Tired with all these, for restful death I cry,
As, to behold desert a beggar born,
And needy nothing trimm'd in jollity,
And purest faith unhappily forsworn,

And guilded honour shamefully misplaced,
And maiden virtue rudely strumpeted,
And right perfection wrongfully disgraced,
And strength by limping sway disabled,

And art made tongue-tied by authority,
And folly doctor-like controlling skill,
And simple truth miscall'd simplicity,
And captive good attending captain ill:

Tired with all these, from these would I be gone,
Save that, to die, I leave my love alone.


De todo esto cansado, pido el mortal descanso,
al ver nacer mendigo aquel de mayor mérito,
y la enclenque torpeza, ornada alegremente,
y la fe más sincera, vilmente traicionada

y el honor refulgente, donado innoblemente,
y la casta virtud, forzada a ser buscona,
y la recta perfección, afrentada con saña,
y la fuerza mutilada, por el poder corrupto

y el arte amordazado, con toda autoridad,
y la docta locura, oprimir al talento,
y la honradez sencilla, mal llamada simpleza,
y al Bien que cautivado, sirve al Mal, su Señor.

Cansado de estas cosas, quiero dejar el mundo,
salvo que por morir, dejo solo a mi amor.
Versión de Ramón García González

viernes, 13 de abril de 2018

Litertura y jazz/ 83 - John Coltrane - Joan Margarit - España


John Coltrane

He recordat les tevés mans morades
sobre el saxo lluent de soterranis.
¿Dón surt aquesta música,
el buit que va bufar la teva boca
i que parla amb la meva solitud?
La mort era, als teus ulls, de raça negra.
Encara toca les mateixes peces
de nit a la ciutat, fins que l'aurora,
como un saxo daurat es reflecteix
als vidres de tants músics fracassats.


John Coltrane

He recordado tus manos moradas
sobre el saxo con una luz de sótanos.
¿De dónde sale esta música,
el vacío que sopló tu boca
y que habla de mi soledad?
En tus ojos, la muerte era de raza negra.
Aún toca las mismas piezas
de noche, en la ciudad, hasta que el alba,
como un saxo dorado se refleja
en el cristal de tantos músicos fracasados.
Traducción de Antonio Jiménez Millán
John Coltrane - I'm Old Fashioned (Jerome Kern - Johnny Mercer) (Del álbum Blue Train, 1957)
John Coltrane: saxo tenor 
 Paul Chambers: bajo 
 Kenny Drew: piano 
 Curtis Fuller: trombón 
 Philly Joe Jones: batería 
 Lee Morgan: trompeta

miércoles, 11 de abril de 2018

La vida solitaria (Canto XVI) - Giacomo Leopardi - Italia


La vita solitaria - Canto XVI 

La mattutina pioggia, allor che, l’ale
battendo, esulta nella chiusa stanza
la gallinella, ed al balcon s’affaccia
l’abitator de’ campi, e il sol che nasce
i suoi tremuli rai fra le cadenti
stille saetta, alla capanna mia
dolcemente picchiando, mi risveglia;
e sorgo, e i lievi nugoletti, e il primo
degli augelli susurro, e l’aura fresca,
e le ridenti piagge benedico:
poiché voi, cittadine infauste mura,
vidi e conobbi assai, lá dove segue
odio al dolor compagno; e doloroso
io vivo, e tal morrò, deh tosto! Alcuna
benché scarsa pietá pur mi dimostra
Natura in questi lochi, un giorno oh quanto
verso me piú cortese! E tu pur volgi
dai miseri lo sguardo; e tu, sdegnando
le sciagure e gli affanni, alla reina
felicitá servi, o Natura. In cielo,
in terra amico agl’infelici alcuno
e rifugio non resta altro che il ferro.

Talor m’assido in solitaria parte,
sovra un rialto, al margine d’un lago
di taciturne piante incoronato.
Ivi, quando il meriggio in ciel si volve,
la sua tranquilla imago il sol dipinge,
ed erba o foglia non si crolla al vento;
e non onda incresparsi, e non cicala
strider, né batter penna augello in ramo,
né farfalla ronzar, né voce o moto
da presso né da lunge odi né vedi.
Tien quelle rive altissima quiete;
ond’io quasi me stesso e il mondo obblio
sedendo immoto; e giá mi par che sciolte
giaccian le membra mie, né spirto o senso
piú le commova, e lor quiete antica
co’ silenzi del loco si confonda.

Amore, Amore, assai lungi volasti
dal petto mio, che fu sí caldo un giorno,
anzi rovente. Con sua fredda mano
lo strinse la sciaura, e in ghiaccio è vòlto
nel fior degli anni. Mi sovvien del tempo
che mi scendesti in seno. Era quel dolce
e irrevocabil tempo, allor che s’apre
al guardo giovanil questa infelice
scena del mondo, e gli sorride in vista
di paradiso. Al garzoncello il core
di vergine speranza e di desio
balza nel petto; e giá s’accinge all’opra
di questa vita, come a danza o gioco,
il misero mortal. Ma non sí tosto,
Amor, di te m’accorsi, e il viver mio
fortuna avea giá rotto, ed a questi occhi
non altro convenía che il pianger sempre.
Pur, se talvolta per le piagge apriche,
su la tacita aurora o quando al sole
brillano i tetti e i poggi e le campagne,
scontro di vaga donzelletta il viso;
o qualor nella placida quiete
d’estiva notte, il vagabondo passo
di rincontro alle ville soffermando,
l’erma terra contemplo, e di fanciulla,
che all’opre di sua man la notte aggiunge,
odo sonar nelle romite stanze
l’arguto canto; a palpitar si move
questo mio cor di sasso: ahi! ma ritorna
tosto al ferreo sopor; ch’è fatto estrano
ogni moto soave al petto mio.

O cara Luna, al cui tranquillo raggio
danzan le lepri nelle selve; e duolsi
alla mattina il cacciator, che trova
l’orme intricate e false, e dai covili
error vario lo svia; salve, o benigna
delle notti reina. Infesto scende
il raggio tuo, fra macchie e balze o dentro
a deserti edifici, in su l’acciaro
del pallido ladron ch’a teso orecchio
il fragor delle rote e de’ cavalli
da lungi osserva o il calpestio de’ piedi
sulla tacita via; poscia improvviso
col suon dell’armi e con la rauca voce
e col funereo ceffo il core agghiaccia
al passegger, cui semivivo e nudo
lascia in breve tra’ sassi. Infesto occorre
per le contrade cittadine il bianco
tuo lume al drudo vil, che degli alberghi
va radendo le mura e la secreta
ombra seguendo, e resta, e si spaura
delle ardenti lucerne e degli aperti
balconi. Infesto alle malvage menti,
a me sempre benigno il tuo cospetto
sará per queste piagge, ove non altro
che lieti colli e spaziosi campi
m’apri alla vista. Ed ancor io soleva,
bench’innocente io fossi, il tuo vezzoso
raggio accusar negli abitati lochi,
quand’ei m’offriva al guardo umano, e quando
scopriva umani aspetti al guardo mio.
Or sempre loderollo, o ch’io ti miri
veleggiar tra le nubi, o che serena
dominatrice dell’etereo campo,
questa flebil riguardi umana sede.
Me spesso rivedrai solingo e muto
errar pe’ boschi e per le verdi rive,
o seder sovra l’erbe, assai contento
se core e lena a sospirar m’avanza.



La vida solitaria - Canto XVI

La lluvia matinal, cuando las alas
batiendo, salta alegre la gallina 
en la cerrada estancia, y el labriego
sale al balcón, y la naciente aurora
vibra su rayo trémulo, esmaltando
las transparentes gotas, en mi albergue
dulcemente llamando, me despierta.
Salgo, y la leve nubecilla, el canto
primero de las aves, la aura grata
y de las playas la quietud bendigo.
Harto os he conocido, infaustos muros
de la ciudad, en donde el odio sigue
y acompaña al dolor: ¡que en la desgracia
vivo y he de morir, quizás en breve!
Un resto de piedad tienes, Natura,
para mí en estos sitios ¡ay! un tiempo
más compasivos a mi mal. Tú apartas
del triste la mirada, y desdeñando
los dolores y afanes, a la reina
Felicidad te humillas. El que sufre
no halla en cielo ni tierra amiga mano,
ni otro refugio encontrará que el hierro.

Tal vez me asiento en solitaria parte,
sobre una altura que domina un lago
coronado de plantas taciturnas;
allí, cuando al cenit radiante asciende
el sol, refleja su tranquila imagen,
y ni hoja o yerba se conmueve al viento; 
no se ve ni se siente a la redonda
encresparse las olas; ni su canto 
entonar la cigarra; ni las plumas
el pájaro agitar entre las hojas, 
o retozar la mariposa leve.
Calma profunda envuelve aquella orilla, 
donde yo, inmóvil, reposando, casi 
del mundo odioso y de mi ser me olvido; 
y pienso que mis miembros se desatan,
que se extingue el sentir y que mi antigua 
calma con la del sitio se confunde. 

¡Amor, amor! ha tiempo abandonaste 
este mi corazón, que antes ardía 
hasta abrasar. Con su aterida mano 
oprimióle el pesar, y en duro hielo 
en la flor de mis años, convirtióse.
Acuérdome del tiempo en que viniste 
a habitar en mi pecho. Era aquel dulce 
e irrevocable tiempo, cuando se abre
al ojo juvenil la triste escena
del mundo, cual soñado paraíso.
El tierno corazón ledo palpita
de virgen esperanza y de deseos,
y se lanza a la acción, como pudiera
al juego y a la danza. Mas tan pronto
como pude entreverte, la Fortuna 
mi existencia rompió, y a mis pupilas
tocó por suerte sempiterno lloro.
Si alguna vez por los abiertos campos
en la callada aurora, o cuando brillan,
al sol techos, collados y llanuras
miro de hermosa jovenzuela el rostro;
si alguna vez, en la serena calma
de estiva noche, el paso vagabundo,
de la ciudad en derredor guiando,
la hosca tierra contemplo, y de afanosa
niña, que activa nocturnal faena,
oigo sonar en la apartada estancia
el canto melodioso, se conmueve
mi corazón de piedra; pero torna
pronto el férreo sopor, que es ¡ay! extraña
toda suave emoción al pecho mío.

Oh cara luna a cuya luz tranquila
danzan las liebres en el bosque, dando
enojo al cazador, que a la mañana
halla intrincadas las falaces huellas
que del cubil lo alejan: ¡salve, oh reina
benigna de las noches! Importuno
entra tu rayo por selvosos riscos
o en ruinoso edificio, iluminando
el puñal del ladrón, que escucha atento
fragor de ruedas y de cascos duros
y rumor de pisadas en la vía,
y saliendo de pronto, con estruendo
de armas y roncas voces, y el ceñudo
aspecto, hiela al tímido viandante
a quien desnudo y semivivo, deja
entre las piedras. Importuno baja
también tu blanco rayo a las ciudades
sobre el vil corruptor que se desliza
de los muros al pie, y en las espesas
sombras se oculta, y párase y se asusta
de la luz que difunden los abiertos
balcones. Importuno a los malvados,
a mí siempre benigno, tu semblante
aquí será, do sólo me descubres 
risueñas cuestas y espaciosos campos. 
En otro tiempo, lleno de inocencia, 
tus bellos rayos acusar solía, 
cuando me denunciaban de los hombres
a la mirada, en la ciudad, o cuando 
ver me dejaban el humano aspecto.
Ora celebrarélos, ya te mire 
envolverte entre nubes, ya serena 
dominadora del etéreo campo,
esta morada mísera contemples. 
A menudo verásme, solo y mudo, 
errar por bosques y por verdes ribas, 
o yacer en la yerba, satisfecho,
si aún el poder de suspirar me queda. 
Versión de Antonio Gómez Restrepo

lunes, 9 de abril de 2018

Oda a la inmortalidad - William Wordsworth - Inglaterra


Oda a la inmortalidad

Aunque el resplandor que
en otro tiempo fue tan brillante
hoy esté por siempre oculto a mis miradas.

Aunque mis ojos ya no
puedan ver ese puro destello
Que en mi juventud me deslumbraba

Aunque nada pueda hacer
volver la hora del esplendor en la hierba,
de la gloria en las flores,
no debemos afligirnos
porque la belleza subsiste siempre en el recuerdo.

En aquella primera
simpatía que habiendo
sido una vez,
habrá de ser por siempre
en los consoladores pensamientos
que brotaron del humano sufrimiento,
y en la fe que mira a través de la
muerte.

Gracias al corazón humano,
por el cual vivimos,
gracias a sus ternuras, a sus
alegrías y a sus temores, la flor más humilde al florecer,
puede inspirarme ideas que, a menudo,
se muestran demasiado profundas
para las lágrimas.
1807


Intimations of Immortality (Poema completo en inglés)

There was a time when meadow, grove, and stream,
The earth, and every common sight,
To me did seem
Apparell’d in celestial light,
The glory and the freshness of a dream.
It is not now as it hath been of yore;—
Turn wheresoe’er I may,
By night or day,
The things which I have seen I now can see no more.

The rainbow comes and goes,
And lovely is the rose;
The moon doth with delight
Look round her when the heavens are bare;
Waters on a starry night
Are beautiful and fair;
The sunshine is a glorious birth;
But yet I know, where’er I go,
That there hath pass’d away a glory from the earth.

Now, while the birds thus sing a joyous song,
And while the young lambs bound
As to the tabor’s sound,
To me alone there came a thought of grief:
A timely utterance gave that thought relief,
And I again am strong:
The cataracts blow their trumpets from the steep;
No more shall grief of mine the season wrong;
I hear the echoes through the mountains throng,
The winds come to me from the fields of sleep,
And all the earth is gay;
Land and sea
Give themselves up to jollity,
And with the heart of May
Doth every beast keep holiday;—
Thou Child of Joy,
Shout round me, let me hear thy shouts, thou happy
Shepherd-boy!

Ye blessèd creatures, I have heard the call
Ye to each other make; I see
The heavens laugh with you in your jubilee;
My heart is at your festival,
My head hath its coronal,
The fulness of your bliss, I feel—I feel it all.
O evil day! if I were sullen
While Earth herself is adorning,
This sweet May-morning,
And the children are culling
On every side,
In a thousand valleys far and wide,
Fresh flowers; while the sun shines warm,
And the babe leaps up on his mother’s arm:—
I hear, I hear, with joy I hear!
—But there’s a tree, of many, one,
A single field which I have look’d upon,
Both of them speak of something that is gone:
The pansy at my feet
Doth the same tale repeat:
Whither is fled the visionary gleam?
Where is it now, the glory and the dream?

Our birth is but a sleep and a forgetting:
The Soul that rises with us, our life’s Star,
Hath had elsewhere its setting,
And cometh from afar:
Not in entire forgetfulness,
And not in utter nakedness,
But trailing clouds of glory do we come
From God, who is our home:
Heaven lies about us in our infancy!
Shades of the prison-house begin to close
Upon the growing Boy,
But he beholds the light, and whence it flows,
He sees it in his joy;
The Youth, who daily farther from the east
Must travel, still is Nature’s priest,
And by the vision splendid
Is on his way attended;
At length the Man perceives it die away,
And fade into the light of common day.

Earth fills her lap with pleasures of her own;
Yearnings she hath in her own natural kind,
And, even with something of a mother’s mind,
And no unworthy aim,
The homely nurse doth all she can
To make her foster-child, her Inmate Man,
Forget the glories he hath known,
And that imperial palace whence he came.

Behold the Child among his new-born blisses,
A six years’ darling of a pigmy size!
See, where ‘mid work of his own hand he lies,
Fretted by sallies of his mother’s kisses,
With light upon him from his father’s eyes!
See, at his feet, some little plan or chart,
Some fragment from his dream of human life,
Shaped by himself with newly-learnèd art;
A wedding or a festival,
A mourning or a funeral;
And this hath now his heart,
And unto this he frames his song:
Then will he fit his tongue
To dialogues of business, love, or strife;
But it will not be long
Ere this be thrown aside,
And with new joy and pride
The little actor cons another part;
Filling from time to time his ‘humorous stage’
With all the Persons, down to palsied Age,
That Life brings with her in her equipage;
As if his whole vocation
Were endless imitation.

Thou, whose exterior semblance doth belie
Thy soul’s immensity;
Thou best philosopher, who yet dost keep
Thy heritage, thou eye among the blind,
That, deaf and silent, read’st the eternal deep,
Haunted for ever by the eternal mind,—
Mighty prophet! Seer blest!
On whom those truths do rest,
Which we are toiling all our lives to find,
In darkness lost, the darkness of the grave;
Thou, over whom thy Immortality
Broods like the Day, a master o’er a slave,
A presence which is not to be put by;
To whom the grave
Is but a lonely bed without the sense or sight
Of day or the warm light,
A place of thought where we in waiting lie;
Thou little Child, yet glorious in the might
Of heaven-born freedom on thy being’s height,
Why with such earnest pains dost thou provoke
The years to bring the inevitable yoke,
Thus blindly with thy blessedness at strife?
Full soon thy soul shall have her earthly freight,
And custom lie upon thee with a weight,
Heavy as frost, and deep almost as life!

O joy! that in our embers
Is something that doth live,
That nature yet remembers
What was so fugitive!
The thought of our past years in me doth breed
Perpetual benediction: not indeed
For that which is most worthy to be blest—
Delight and liberty, the simple creed
Of childhood, whether busy or at rest,
With new-fledged hope still fluttering in his breast:—
Not for these I raise
The song of thanks and praise;
But for those obstinate questionings
Of sense and outward things,
Fallings from us, vanishings;
Blank misgivings of a Creature
Moving about in worlds not realized,
High instincts before which our mortal Nature
Did tremble like a guilty thing surprised:
But for those first affections,
Those shadowy recollections,
Which, be they what they may,
Are yet the fountain-light of all our day,
Are yet a master-light of all our seeing;
Uphold us, cherish, and have power to make
Our noisy years seem moments in the being
Of the eternal Silence: truths that wake,
To perish never:
Which neither listlessness, nor mad endeavour,
Nor Man nor Boy,
Nor all that is at enmity with joy,
Can utterly abolish or destroy!
Hence in a season of calm weather
Though inland far we be,
Our souls have sight of that immortal sea
Which brought us hither,
Can in a moment travel thither,
And see the children sport upon the shore,
And hear the mighty waters rolling evermore.

Then sing, ye birds, sing, sing a joyous song!
And let the young lambs bound
As to the tabor’s sound!
We in thought will join your throng,
Ye that pipe and ye that play,
Ye that through your hearts to-day
Feel the gladness of the May!
What though the radiance which was once so bright
Be now for ever taken from my sight,
Though nothing can bring back the hour
Of splendour in the grass, of glory in the flower;
We will grieve not, rather find
Strength in what remains behind;
In the primal sympathy
Which having been must ever be;
In the soothing thoughts that spring
Out of human suffering;
In the faith that looks through death,
In years that bring the philosophic mind.

And O ye Fountains, Meadows, Hills, and Groves,
Forebode not any severing of our loves!
Yet in my heart of hearts I feel your might;
I only have relinquish’d one delight
To live beneath your more habitual sway.
I love the brooks which down their channels fret,
Even more than when I tripp’d lightly as they;
The innocent brightness of a new-born Day
Is lovely yet;
The clouds that gather round the setting sun
Do take a sober colouring from an eye
That hath kept watch o’er man’s mortality;
Another race hath been, and other palms are won.
Thanks to the human heart by which we live,
Thanks to its tenderness, its joys, and fears,
To me the meanest flower that blows can give
Thoughts that do often lie too deep for tears
William Wordsworth 

Oda a la inmortalidad es recordada en estos tiempos sobre todo por la película de Elia Kazan Esplendor en la hierba, donde Natalie Wood recita este poema en una clase de literatura.